"Ya completamente mareada, escuché de forma inequívoca lo que parecía el "cucurrucucú" de una paloma...
-Eso tiene que ver con Mme Mbara, que es animista"- dijo Marlene sin darle importancia.
Mi perpleja expresión dio pie a que mi secretaria me explicase que, por imperativo religioso, los animistas no pueden consumir carne de animales que no hayan sacrificado o visto sacrificar, lo que obligaba a Mme MBara a guardar con frecuencia en su despacho pichones o gallinas que compraba vivos de madrugada en el mercado mayorista cada vez que nuestra colega congoleña esperaba familiares o compatriotas a cenar.
-La organización, siempre respetuosa con las identidades culturales y religiosas de los pueblos, no puede oponerse a su ejercicio por parte de los funcionarios- sentenció Marlene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario